La familia en un barrio y el pueblo chico en la gran ciudad

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San Telmo, sos el mismo de siempre pero distinto en cada momento. Te conocí cuando tenía 18 años y vine a vender unas tarjetas navideñas que había hecho mi padre en Salta. Sólo llevaba las tarjetas de mi papá y una lista con el nombre de sus amigos. Todo me enamoró, el clima colonial (como mi Salta natal), el arte presente en todo, la plaza llena de gente proveniente de todas partes del mundo, las antigüedades, los artesanos y artistas, los locales vestidos locamente. Sentía que en san Telmo todo estaba permitido. Imaginate desde los ´70 a los ´80.
Ese año -1980- todavía era militar y restringido, pero en San Telmo todo convivía. No prosperaron las ventas, pero lo volví a intentar 8 años después, vendiendo artesanías que hacía mi novio, en un mesa del Joan bar. En ese momento me fue bien. Seguíamos reuniéndonos en la plaza gente curiosa de todo el mundo y los que buscábamos una oportunidad en ese hormiguero.
Hace poco fue mi cumpleaños, como el de la Plaza Dorrego, y como se dice: “no existen las casualidades, sino las causalidades”, ya que mi Salta natal, igual que mi San Telmo por adopción, tiene herencia de lo español colonial y lo de pueblo chico.
Estar en mi barrio es como estar en un pueblo aunque estemos en pleno centro de una ciudad tan poblada. Para mí, la comunidad es la continuación de la familia, por eso la cuido, le transmito y recibo de ella cuidado, contención y cariño.
Adopté San Telmo como mi hogar, conozco a los vecinos y puedo contar con ellos: dejo las cosas afuera sin problemas y como en mi casa de chica, la puerta abierta. Mis nenes pueden ir caminando a su escuela, atenderse por una emergencia en la Salita  15 y comprar fiado en el almacén de la esquina.
En la feria de los martes, mis hijos compran cosas sueltas: fideos, yerba, arroz, yuyo para el mate, como en mi infancia, ésa que nos marca y nos da para siempre nuestra identidad. San Telmo tiene su identidad muy marcada; por ser colonial, nos cuenta la historia desde el comienzo de nuestro país, con sus adoquines y farolas y su gente querible. De aquí me atrajo el trabajo, porque vienen de todo el mundo, como una miel que atrae las hormigas, pero también me atrajo el amor, formé mi familia aquí, aprendí a amar cada rincón, cada baldosa.

—Pamela Alejandra Biazzi

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